Los nicaragüenses vivimos la mayor pesadilla de nuestra historia reciente, en un país con dos realidades paralelas, una de ellas, alimentada desde el poder, aparentando normalidad y la otra sufriendo por no someterse a lo que nunca podrá ser normal.
Diciembre ha sido siempre un mes de regocijo y esperanza, un mes en el cual los católicos alabamos a la Virgen María y todos los cristianos conmemoramos el nacimiento de Jesús.
La mayoría de los nicaragüenses somos cristianos, y cada familia celebra en este mes, según su fe, las actividades religiosas con alegría y devoción. Pero este año la situación nacional de conflicto y falta de libertades ha marcado también las actividades religiosas, unos manipulando las tradiciones para imponer el rojo y negro de la dictadura, y otros utilizándolas como única forma posible para expresar su rechazo a la represión.
Esta dura realidad debe recordarnos a los nicaragüenses que tenemos el gran reto de recuperar nuestra libertad, sin ceder ante el odio y la violencia. Es momento de buscar en la espiritualidad que nos identifica como pueblo, las fuerzas para seguir adelante en esta lucha cívica y los principios que nos guiarán para construir juntos la Nicaragua que soñamos.
Este fin año, al igual que el anterior, estarán en nuestros pensamientos y en nuestras oraciones quienes están en el exilio, quienes son perseguidos o viven con temor en sus comunidades, quienes se encuentran encarcelados y especialmente aquellos a quienes les arrebataron su vida por exigir libertad para todos.
La Navidad nos recuerda que la familia es la esencia y base fundamental de la humanidad, un recuerdo doloroso para los nicaragüenses que a lo largo de casi un siglo nos hemos visto obligados a separarnos de nuestros padres, hijos y hermanos. La falta de oportunidades económicas, sumada a las recurrentes etapas de represión política, siguen empujando a muchos a emigrar, lo que ha provocado profunda fractura en la sociedad.
Existe sufrimiento en todas las familias, en todos los barrios y comarcas. Ya no se sabe quién es tu vecino ni quién es tu hermano, se vive una angustia permanente y solo resta preguntar quién será el próximo. Se equivocan quienes ven esta situación como una expresión de normalidad o como un triunfo sobre sus adversarios. No puede haber paz en un país en el cual se vive con la zozobra de no saber quién será la próxima víctima de tanto odio, en el cual la solidaridad, el deseo de vivir en libertad y la aspiración de tener un gobierno democrático han sido convertidos en delitos.
En las cárceles sobreviven héroes de nuestra lucha cívica, hombres y mujeres que no se rinden, que son ejemplo de fortaleza, y es por ellos que nuestra prioridad debe ser su liberación y nuestra única campaña: UNA NAVIDAD SIN PRESOS POLÍTICOS.
En este mes de diciembre, unamos nuestras voces a las de nuestros sacerdotes, recemos por las familias nicaragüenses, por los que sufren, por los exiliados, por los perseguidos, por los presos políticos, pero sobre todo pidamos a Dios que pronto despertemos de esta pesadilla y empecemos a caminar unidos para construir una sociedad libre y democrática, donde no haya lugar para pesadillas dictatoriales y donde podamos celebrar cada año la Navidad unidos y en libertad.