Había escuchado múltiples historias sobre el exilio vivido por muchos nicaragüenses en la década de los ochenta, quienes salieron del país para resguardar sus vidas y no formar parte del servicio militar. Nunca pensé vivir la amarga experiencia de ser exiliado.
Forzados a salir de nuestras casas y movilizarnos de una ciudad a otra fue lo primero que hicimos para protegernos de la persecución orteguista, pero era insostenible para nosotros permanecer en Nicaragua con un gobierno responsable de cometer múltiples violaciones a los derechos humanos y encargado de darle persecución a opositores para encarcelarnos acusados por terrorismo.
En definitiva, no contábamos con instituciones públicas que garantizaran el respeto a nuestros derechos constitucionales.
Un día de julio crucé la frontera de Peñas Blancas para refugiarme en Costa Rica, tuve que ingresar al país vecino de forma irregular y abandonar Nicaragua como si fuera un delincuente. Sabía que al salir del país no habría retorno a corto plazo. Fue la mejor decisión, aunque en el momento no lo comprendía.
Durante mi viaje hacia la capital costarricense me reprochaba la decisión tomada, me sentía un cobarde y un traidor a la lucha cívica que estalló en abril. Con el pasar del tiempo entendí que realizar todo el esfuerzo cívico y exiliarme era fundamental para continuar luchando y ver una Nicaragua verdaderamente libre.
Al principio, me sentía extraño, confundido, incluso desesperado, luego fui adaptándome. En ese momento mi prioridad era regular mi situación migratoria, con el pasar del tiempo más ciudadanos nicaragüenses se exiliaron en Costa Rica y comenzamos a reagruparnos.
Cada día ingresaban más nicaragüenses al país en condición de exiliado, las necesidades eran evidentes y las soluciones inalcanzables. Algunos nicaragüenses dormían en los parques, no contaban con recursos para la compra de alimentos, mucho menos un empleo, y en su mayoría en situaciones muy críticas.
El proceso de solicitud de refugio se encontraba en una etapa de desarrollo paulatino por la afluencia de personas pretendiendo iniciar el trámite. En las oficinas de Migración y Extranjería podíamos observar enormes filas desde tempranas horas del día para obtener un citatorio con fechas de dos a tres meses posteriores para obtener el carnet de solicitante de refugio. La obtención de la cita se gestionaba también en los puntos migratorios fronterizos.
Diversas organizaciones costarricenses de apoyo a personas migrantes y refugiados asumieron el reto de apoyar con asesoría y acompañamiento inicial a los nicaragüenses agilizando las fechas de inicio de su solicitud debido al convenio que sostenían con las autoridades migratorias, tal es el caso del Consultorio Jurídico de la Universidad La Salle.
Con el pasar del tiempo los refugiados acomodaban sus necesidades, pero siempre el tema del empleo y la alimentación era la prioridad. Fueron esas causas que nos motivaron a buscar alternativas, las iglesias evangélicas nos ayudaron con la gestión de víveres.
Durante un tiempo estuvimos enfocados en las actividades sociales y humanitarias. Sin embargo, una vez que logramos ir superando los retos fuimos retomando las demandas cívicas de los nicaragüenses y volvimos a las calles a protestar por nuestras libertades, la liberación de presos políticos y elecciones adelantadas.
Ahora, los jóvenes representamos un rol fundamental porque han sido nuestros deseos de transformación los que nos ha forzado a exiliarnos. Este proceso debe facilitarnos el camino a una Nicaragua verdaderamente libre, a comprender mejor la importancia del trabajo en equipo desde nuestras organizaciones al asumir mayores compromisos.
Hoy es cuando debemos fijar las bases para un mejor país. El retorno a Nicaragua no puede ser visto únicamente como acto representativo, sino que debemos ir listos para ejercer ciudadanía plena en democracia, libertad y con mucha responsabilidad.
A los jóvenes les digo, vale la pena unir esfuerzos en la lucha por un país mejor, son las acciones en conjunto que nos hará cada vez mejores ciudadanos, y no descalificándonos y llevando luchas internas por los liderazgos. Podemos demostrar nuestros deseos de contribuir al cambio y evitar que las próximas generaciones vuelvan a vivir esto que hoy experimentamos.
Cierro diciendo que los exiliados somos también condenados políticos por haber sido forzados a abandonar la Patria, a interrumpir las metas trazadas por cada uno y a vivir en un país que no es el nuestro con una serie de limitaciones cargadas de sufrimiento por un tiempo indeterminado. Esto no lo vamos a olvidar nunca. Siempre hay una esperanza para el regreso y esta vez por la puerta grande.
Alexander Gómez
Exiliado y miembro del Comité Coordinador de CxL Costa Rica
Artículo de opinión publicado en Despacho 505